sábado, 22 de febrero de 2014

El secreto está en la salsa



Si Madrid huele a ajo, Cataluña huele a calçots.Y tan ricamente y es que aquí somos así: nos encantan los sabores de nuestra tierra y a quien no, que se vaya dos días al extranjero y verá con qué rapidez empieza a aprender a disfrutar de su gastronomía.

De los calçots ni había oído hablar hasta hace unos años. Resulta que es una comida tradicional de  Cataluña, que comenzó en Valls y se fue extendiendo por toda la provincia. El calçot es un tipo de cebolleta que se cultiva con este fin y el procedimiento de preparación es muy sencillo: se ha de poner en las brasas hasta que se haya asado. La ingesta del calçot tiene como condición "sine qua non" muy poco glamurosa, la utilización de la mano para pelarlo y poder engullirlos con la deliciosa salsa salvitxada, que casi todo el mundo llama romesco, no sé si por similitud o por confusión.

Y esta salsa, señores, es la clave para que expertos calçoteros y comensales gourmets, decidan no comer ni un delicioso calçot más si resulta que la salsa no es de su agrado. Y lo entiendo. Es asombroso que una salsa pueda determinar de esta forma si comeremos o no, pero es que es cierto que habiéndose extendido cuantitativamente la tradición de comer calçots, no lo ha hecho con la misma proporción cualitativa: numerosos restaurantes optan por abaratar en los ingredientes de la salsa cometiendo aberraciones tales como añadiendo tomate frito en lata o directamente añadiendo mayonesa, excesivo limón para que no se estropee porque no se hace a diario o directamente, reduciendo el número de ingredientes como pasa a menudo con las avellanas.

Así que espero que, a todos aquellos que nos fascinan los calçots y que somos capaces de llenarnos hasta reventar, nos permitan este lujo culinario con la salsa como dios manda, porque a este paso, nos veremos en la obligación de llevarnos a las masías nuestro propio tupper con esa deliciosa salsa elaborada por nuestra madre... o suegra!


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